martes, 19 de octubre de 2010

El Cine no es para todos.

El cine, sin duda, es un arte admirable. El trabajo de producción, realización y postproducción que realizan es increíble.
Creo que a todos nos gusta ver películas porque nos entretienen, nos divierten, nos enseñan, nos culturizan, nos hacen reír, reflexionar, etc. Aunque no todas cubren nuestras expectativas, claro.
A mí me encanta ver películas, siempre me ha gustado, pero había un pequeño detalle… ODIABA ir al cine.
Me parecía súper incómodo tener que ir a ver una película a un lugar con tantos asientos, con tanta gente, con tantas voces, con tanto ruido, con tanto popcorn, con tanto todo. Me resultaba innecesario dejar la comodidad de mi casa para ir a ver una película.
Pensaba cómo podían disfrutar de la película habiendo tanta gente que habla, tantos que comentan y terminan contándote el final. Tantos que van a hacer cualquier cosa menos ver la película. ¿Cómo podían?

Ahora soy parte de esos que pagan por ir a ver una película en medio de murmullos, con señoras que piensan que están en un café y se ponen a contarle a la amiga del costado su vida entera y la de todo el vecindario.
Ahora soy peor que ellos: voy casi todas las semanas al cine. Si no es martes, voy un sábado. Pero es indispensable ir al cine. Es indispensable convivir dos horas a la semana con esas personas que, al igual que yo, se han vuelto casi, casi adictas al cine. Pero, lamentablemente, también tengo que soportar a aquellos que nadie sabe por qué van al cine a hablar por teléfono o a conversar durante toda la película. ¿Por qué no van a un café o al parque? Les saldría más barato y no molestarían a los demás. Definitivamente esas son las razones por las que nunca me gustó ir al cine. Lo bueno es que cada vez son más las personas conscientes, que saben respetar y van al cine a ver la película sin molestar a los demás.

Obviamente no voy sola al cine, voy con Fernando, mi novio. Y él es el culpable de mi repentino cambio, de mi repentino gusto por el cine.
Siempre le dije que odiaba, repito  O-D-I-A-B-A ir al cine y que nunca se le ocurriera invitarme porque simplemente diría NO.

Un poco terco, como de costumbre, me invitó varias veces pero yo, como era de esperarse, me negaba y sugería comprar una película (pirata, para no alterar el presupuesto) y verla en mi casa. Y eso hacíamos siempre.
Un día, hace poco, de pronto acepté a una de sus siempre negadas invitaciones para ir al cine. Y me gustó. Tanto así que después era yo la que insistía en ir al cine. De pronto me había gustado tanto que tenía tarjeta Cineplanet, había ganado entradas y popcorn a un precio más barato como premio a mis numerosas visitas. No lo podía creer. Cómo has cambiado, pelona.

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